Justamente donde se cruzan Santander con Albacete -las calles- aparece el jardín de Pepa. Una probabilidad extraña que se fragua poco a poco, y que Pepa siempre sitúa en algún momento de su juventud cuando emigra a Francia. Allí trabaja, prospera, aprende. Después de unos años vuelve al sur, esta vez a San Juan y se sitúa justamente en este solar, donde construye junto a su marido Cipriano una casa y un bar.
Desde entonces el límite entre lo público y lo privado se diluye en su planta baja, donde la gente se entretiene entre conversaciones y plantas que Pepa y Cipriano cuidan con esmero.
Y así, poco a poco, va creciendo este jardín orientado a sur, a base de experiencia y selección natural, solo las plantas más resistentes al soleamiento persisten. De esta forma, después de mucho tiempo preponderan las plantas de clima mediterráneo (Sur de Europa y norte de Africa, California, Sudáfrica, Chile o Australia), que son las mejor adaptadas a las condiciones locales, vislumbrando de alguna manera las plantas que poblarán los jardines futuros de San Juan.